Frank Garcia de La Casa Garcia- Persona Notable
admin | Oct 18, 2011 | Comments 0
Fundador de restaurantes y filántropo innato, celebra en noviembre, 25 años de ofrecer la cena de acción de gracias a los más necesitados
Su capacidad de encontrar siempre una razón para darle gracias a la vida, aún en extrema pobreza, lo hace un gigante en un mundo lleno de avaricia y egoísmo, en donde todos corren sin pensar en los demás… Frank Garcia es un ser puro, sensible, generoso, la vida lo hizo sabio, porque supo ver sólo lo bueno de cada persona o situación que le tocó vivir. Protector y alegre, contagia con su sola presencia e instila deseos de sumarse a su lucha contra el hambre, la soledad, la falta de amor y nos pide paciencia para los niños, porque sabe que de nosotros dependen.
Nací en Kingsville, lugar en donde estaba el hospital más cercano al pueblo en donde vivía mi familia, Bishop, Texas. Bishop era muy pequeño, tenía 3303 habitantes en ese entonces, nos conocíamos todos. Mi papá trabajaba en una gasolinera y mi mamá vendía tamales. Hasta el día de hoy no hay nadie que haga mejores tamales que los que hacía ella. Eran de cabeza de marrano, yo le cocía las cabezas para que descansara y me recostaba al lado de la estufa para cuidar las cuatro ollas que las cocinaba. “Mamá, vete a dormir porque ya a las 4 te levantas”, le decía. Yo le amasaba la masa también.
¿Cuántos hermanos tienes?
Cuatro, yo soy el más chico. Papá me llamaba, “mi coyote”.
“Mi papá era ilegal, cruzó el Rio Bravo nadando, era de Matamoros. Me contó que cuando pasaba el río, los mexicanos le tiraban piedras porque se venía para EU; llegando a Texas, los guardabosques lo querían matar. ¿En quién voy a confiar?, en los ¿gringos o en los mexicanos? se decía. Aún me entristece recordar la discriminación que vivió mi padre. Yo vi lo mal que lo trataban”, dice Frank.
¿Dónde se conocen?
En Texas. Mi mamá, Elvira Garza nació en Beaumont, Texas, pero se crió en México, luego vuelve a Texas, ella sabía poquito inglés. Mi papá, Luis Majin Garcia la conoce en San Juan en 1929 y al año se casan en la iglesia vieja de San Juan del Valle que tiene la virgen de San Juan del Valle, es la misma iglesia que hay en México que se llama San Juan de los Lagos. Cuando se casaron ganaba de 2 a 3 dólares a la semana, trabajaba en una noria sacando agua para los ranchos, y cuenta que con mucho sacrificio se compró una bicicleta, era muy pobre. Mi papá era huérfano y mi mamá también. Nunca fueron a la escuela. Todos mis hermanos terminaron sus estudios, unos en la escuela, otros en el servicio. Yo comencé a trabajar cuando tenía 8 años recogiendo algodón y haciendo otros trabajos en el verano, y desde los 12, en una pollera, me enorgullecía ayudar a mis papás. Yo cursaba el 4to grado y tenía 15 años. La maestra de la escuela, señora Black, me dijo un día que nosotros nunca íbamos a llegar a nada, pero yo sentía mucho amor y respeto por mis padres.
“Mi mamá me preguntó un día qué me había pasado en la escuela porque mis pantalones tenían sangre, yo le dije que una maestra me había pegado con el cinturón de 100 agujeros. Le rogué que no le contara a papá porque me regañaría al saber que había desobedecido y hablado en español en la escuela. Cuando estaba en el aula y sentía por altavoces: ‘Francisco Garcia a la clínica por favor’, sabía que me iban a pegar. Me pegaban como dos veces a la semana en la escuela por hablar español’, dice Frank. En la clínica lo esperaban dos personas, usualmente el entrenador de gimnasia y una maestra porque debían tener testigos. “Te vamos a pegar cinco veces hoy porque en el recreo hablaste español”, y Frank contestaba, “está bien”. Habían distintos cinturones de castigo, uno era delgadito, otro obeso, y otro con agujeros. “Tenía que sacarme la ropa, y si ponía las manos para protegerme, se me doblaban los dedos. La que pegaba más fuerte era una maestra como de 70 años, era hermosa, siempre le llevábamos de regalo una manzana, una banana o lo que tuviéramos pero cuando pegaba, nos levantaba del suelo. A ella le teníamos más miedo que al director o al entrenador. Y para Halloween se vestía de bruja, ¡nunca voy a olvidarla!, era la mejor maestra que teníamos, ¡linda gente! Y yo sabía que merecía los azotes porque había hablado en español”, concluye Frank.
Cuando era chico comía lo que había, frijoles, arroz, y muchas gallinas porque las compraba a 25 centavos de la pollera y su mamá hacía caldo de pollo. De chico no sabía que era pobre, él creía que era rico porque tenía de todo. Un americano le pregunta un día si la camisa que llevaba la había comprado en una tienda de lujo de Corpus Christi, una tienda para ricos, y él con mucho orgullo le responde que su mamá se la había cosido con sus manos. Un padrino suyo, Samuel, vivía a cuatro casas de la suya y traía en su troca como 100 sacos de harina, el saco valía 25 centavos y tenían distintos motivos, unos con bolitas, otros con rayas. “Yo escondía los que más me gustaban para que cuando mi mamá me mandaba a comprar uno para hacer tortillas, yo llevaba el que había guardado y le pedía que me hiciera una camisa con ese saco”, dice gustoso.
Su papá quería que siguiera estudiando, quería que tuviera una vida mejor. Fue su gran maestro, le enseñó valores de familia y a trabajar duro; respetar lo ajeno; a ser agradecido; a valorar la vida y a ser libre. Cuando Frank le preguntó a su papá por qué votó por Eisenhower siendo demócrata, le respondió: “m’hijo uno vota por la persona que uno cree, y yo creo en él. Fue general, peleó en la segunda guerra mundial. Y nunca se olvide, usted tiene que hacer lo que le parece bien y no lo que le diga la gente”.
Un día lo suspendieron de la escuela porque un americano lo escupió, y él pues, lo golpeó. Tenía miedo por su papá, él quería que estudiara en la escuela así que pasó todo el día tratando de saber cómo se lo iba a decir. Su papá lo quería mucho, era su coyote. “Finalmente le conté lo sucedido, y él me dijo, “m’hijo a ése, ¡dejámelo a mí!”. Esa noche estaba viendo televisión y pasaban una película de las que le gustaban, así que le dije que viniera a verla conmigo pero me contestó, “no, no me siento bien m’hijo. “Venga a ver televisión”, insistí, y al ver que no venía me fui a su lado, lo abracé hasta que se durmió. A la mañana siguiente oí a mamá gritar desesperada. A papá le gustaba mucho la pesca, se había levantado como siempre temprano, abrió la cortina y dijo, “Qué bonito el día Vieja para ir a la pesca”, y cayó muerto en ese instante. Eran las 5 y media de la mañana. Me sentí desconsolado. No podía verlo muerto, pero mis hermanos insistieron que lo hiciera, yo había estado siempre ¡tan cerca a él! La iglesia adonde lo velaron estaba al frente de la casa. Saqué valor y le di mi último adiós. Sufrí mucho, me sentí perdido sin él. Todos mis hermanos estuvieron presentes, sólo el que estaba en Alemania no pudo llegar a tempo”, dice Frank.
Su papá le dejó su troca, Frank la vendió para hacerle una hermosa lápida en su memoria. A su mamá le dieron $80 al mes del seguro social, y $20 a él. Y a pesar de que su papá quería que acabara la escuela, resolvió irse a Corpus Christi a buscar un trabajo de tiempo completo para poder mantenerla. Trabajó de lavaplatos en un restaurante, y servía café y otros alimentos a los negros en la parte de atrás porque no podían comer con los gringos adelante, le pagaban $45 por semana. Al año siguiente fue a Bishop a ver a su mamá y decirle que se iría a California en donde vivía su hermano Augustin para probar mejor suerte. Le dio a su mamá $80 y se fue con $15. Llegó a Los Angeles justo en las revueltas de los negros pero él no les temía, se había criado con ellos. Comió frijoles con chiles, galletas y agua por 10 días, gastaba 75 centavos diarios y dormía sobre un sofá afuera de un trailer en donde vivía su hermano con otra gente. Encontró trabajo en Tijuana Inn Café, en Gardena, y comenzó ganando $40 dólares. El dueño tenía cuartitos que rentaba por $7 por semana así que rentó uno y se quedó ahí. Estaba tranquilo porque su madre estaba bien, rodeada de parientes, comadres y vecinos amigos y ahora le podía mandar $25 cada semana, él guardaba $15, pagaba su cuarto y con el resto comía. Trabajó también como mesero, tomaba turnos cortos de tal manera que podía desayunar en uno, almorzar en otro y además, reunía mucho en propina y ya no gastaba en comida. Trabajó también de noche para mandarle más dinero a su mamá. Al final, llegó a enviarle $1500 por mes. Se sintió en paz con sí mismo, la mantuvo desde que murió su papá, por 40 años. “Te encargo mi viejita”, le había dicho un poco antes de su muerte, y Frank le prometió hacerlo. En su memoria fundó Women of Vision (Mujeres con Visión), escribió una canción en su honor y se sintió tranquilo sabiendo que los dos estaban ya juntos en el cielo.
En California Frank se casa y tiene dos hijos a los que quiere mucho, Silvia y Juan. En el 64 trabaja para alguien que abre varios restaurantes Chilli Peppers. Frank es responsable de todo, abre uno en Santa Ana, en Orange, en Corona del Mar y en Corona, Riverside. El dueño lo premia con 10.000 dólares y le regala el de Corona del Mar. Frank hace mucho dinero, alrededor de 25 mil dólares al mes, tenía un Continental en el 69 pero el matrimonio no prospera y se separa dejando todo a sus hijos y ex-esposa.
Al tiempo conoce a Silvia y se casan. La familia tiene un hijo que se llama Frank, y luego llegan mellizas, Cindy y Veronica. Frank forma una familia sólida junto a ella, ya llevan 38 años de casados y trabajan en equipo, ella se ha hecho cargo de la administración de la casa y negocios, de tener la casa en orden, criar sus hijos y colaborar incansablemente en los restaurantes. Frank abre su primer restaurante La Casa Garcia en el vecindario de Leatrice, cerca de Ponderrosa Park, en la ciudad de Anaheim. Hacía $800 por día, trabajaba día y noche, los siete días de la semana, su hijo chiquito y sus niñas de cuatro meses estaban en la cocina junto a ellos, él cocinaba, su esposa administraba y una mesera atendía a los clientes. Trabajaron por tres años allí hasta que Frank vio la oportunidad de trasladarse a la dirección actual, 531 W. Chapman Avenue en la misma ciudad de Anaheim. Frank siguió sus sueños y alquiló el local. La Casa Garcia ha estado abierta con mucho éxito por más de dos décadas. “Las mellizas, Veronica y Cindy están trabajando acá desde que tenían 6 años y mi hijo Frank 7, él ahora tiene 35 años”, dice orgulloso.
El negocio florece, venía mucha gente y Frank pensó en aquellos que no tenían qué comer. “No sé por qué la gente desde octubre ya está preparándose para Navidad pero se olvida del día de gracias”, se lamentaba. El atesoraba el recuerdo de los preparativos para la gran cena de acción de gracias en su casa cuando era chiquito y la felicidad de tener a familiares y amigos compartiendo un delicioso pavo y la gran oportunidad de agradecer por todo lo que tenían. ¿Por qué no cerramos el negocio y damos comida gratis afuera, en el estacionamiento?, le dijo a su esposa. ¡No! dijo ella, ¿estás loco?, ¿Qué tal si viene mucha gente y no tenemos para darles a todos?, dijo preocupada. Pero Frank comenzó a hablarles a amigos y muchos se ofrecieron a ser voluntarios, lo hicieron y pudieron dar de comer a 3000 personas. Era el 1989. Y cada año tenía más ayudantes, y comenzaron a surgir patrocinadores. Hasta el hotel Hilton de Anaheim colaboró con su misión, gente del distrito escolar, y más personas. La línea siguió creciendo, había gente por todos lados y Frank temió que alguien se lastimara. Un día vino Kent French, del Anaheim Ducks del equipo de Hockey y le donó 1500 boletos para uno de los partidos de Hockey sobre hielo para que los repartiera entre la gente que viniera a cenar. En 1992, 11.000 personas acudieron a la cena y más de 230 personas ayudaron voluntariamente. “¡Esto se ha hecho muy grande! ¿Por qué no lo hacemos en el estacionamiento del Honda Center?, preguntó Kent French y se comprometió a conseguir el permiso para hacerlo gratis. Desde hace cuatro años se celebra allí, en el amplio estacionamiento del Honda Center. El año pasado se sirvió a 18.000 personas y este año se esperan aun mas, porque se celebra los 25 años de dar la cena y el quinto de hacerlo en el Honda Center.
Muchas gente le ha ofrecido comprarlo pero les dice que no está a la venta, que no es de él sino de la comunidad. Le han ofrecido hasta 500 mil dólares pero a él no le interesa el dinero sino hacerle bien a la comunidad. Se emociona ver a las personas trayendo pavos, papas, y no quiere que eso cambie. Desea seguir sirviendo comida a gente de bajos recursos, ¡todos están invitados!, familias de siete u ocho que traen a sus abuelos, ¡es algo tan bonito! “El pago mío es cuando me abrazan, me aseguran que comieron porque se les dio la cena, hasta lloran, muchos niños me abrazan en gratitud y eso es impagable. Pero me apena que haya gente que no sepa qué estamos celebrando, los niños me preguntan, ¿por qué hace Ud. esto? No saben la historia de esta celebración, por eso el año que viene voy a hacer una gira con mi libro por escuelas del país, para hablar con las mamás y papás para que sepan el valor de esta celebración, el valor de dar gracias “, dice Frank.
¡Hasta has escrito un libro!
Alejandro Moreno me ayudó a hacerlo, por años insistió que lo hiciera. Hemos imprimido 10 mil copias. Todavía no se ha hecho ninguna promoción para la venta pero la gente viene a mi restaurante y compra uno. Por ahora lo estamos promoviendo así.
Esta cena se estructuró como agencia sin bienes de lucro y se llama “We Give Thanks” (Nosotros Damos Gracias). Cuenta con una mesa directiva excepcional. El año pasado el gobierno cerró como a 4000 agencias en todo el país por no estar en regla pero We Give Thanks sigue creciendo y tiene muy buenos patrocinadores.
Frank Garcia nota con tristeza que en muchos hogares, los hijos no reciben la guía y buen ejemplo de sus padres. Hay padres que creen que el gobierno y las maestras son los responsables de criar y educar a sus niños. Algunos ni saben a qué escuela van, mucho menos quien es su maestra. Y cuando se les pregunta si hizo trabajo voluntario alguna vez en la escuela de sus hijos, dicen horrorizados: “¿Por qué tengo que ayudar gratis? ¡No!, Yo ¡no!” Hasta escuchó a una señora reclamar por la comida gratis que le daban a sus 5 hijos en la escuela. “¡Pobres niños! los tienen a chicken nuggets, fríes, dulces y la comida de la escuela, porque el papá o a la mamá dicen que trabajan y no tienen tiempo”, dice entristecido.
“La gente en EU debería saber qué es el PTA (parents, teachers association: asociación de padres y maestros) el gobierno no tendría nada que hacer con las escuelas, nosotros seríamos capaces de hacerlo muy bien (aquí algo falta, no tiene sentido). Los hombres hispanos deben aprender el valor del trabajo voluntario, de servir un hot dog o una soda voluntariamente. Si el mundo fuera manejado por voluntarios, no hubiera pobreza, si cada casa diera un plato de comida a su vecino, no hubiera hambre. Mamá me daba comida para llevarle a doña Tomasa, a Rosa, a don Lupito, a Eulogio, y cuando le preguntaba, ‘¿cuándo vamos a comer nosotros?’, ella respondía, ‘después’ “, dice Frank.
¿Cuál es tu mensaje para los lectores?
Tener más paciencia y darles más tiempo a los hijos; ser voluntario en la escuela y aprender el significado del PTA. Nosotros somos muy hombres, ¿Cómo voy a servir un hot dog yo?, ¿Cómo voy a ir a una reunión de PTA si van puras viejas?, dicen. Es la obligación nuestra, de hombres y mujeres, de criar bien a nuestros hijos. Somos los únicos responsables.
“Yo quisiera que todo el mundo tuviera un plato de comida”, dice Frank quien durante todos estos años ha donado dinero y alimentos a hogares de ancianos, a los veteranos en Long Beach para Navidad, el día de Super Bowl, para que coman bien y se diviertan. Además Frank se da tiempo para orar en una iglesia cinco minutos, o 10, para abrazar a ancianos abandonados en hogares, y ellos le dicen: “Hay m’hijo ¿por qué no habías venido? ¡Ven más seguido!”. La enfermera dice que nadie los visita y él se pregunta si es tan difícil bajarse del carro y abrazarlos por diez minutos. Frank fue a Corpus Christi, Texas, después del huracán Katrina a dar su ayuda. “La pobreza asustaba. Llevé a 12 cocineros y servimos comida por diez días, eran todos negritos de New Orleans. En Missouri vi americanos pobres, muy pobres. También iba con un bus a Tijuana con más de 40 voluntarios, daba comida a 7 u 8 orfanatorios, el Día de Gracias y para Navidad, llevábamos también juguetes, computadoras y útiles escolares. Todo lo que sobraba después del día de gracias acá lo llevábamos para allá. Yo les pedía a los voluntarios que llevaran a sus hijos para que vieran y dieran gracias por todo lo que tiene acá”, dice Frank.
Cuando alguien le pregunta de dónde es, él responde: “Yo soy mexicano, ¡sí señor!, soy mexicano”. Pero… ¿adónde naciste?, le preguntan, “En Texas”. “Oh, entonces eres texano”, responden. Ya sin tanta paciencia Frank contesta: “mira, a mí dime lo que quieras, yo soy la misma persona. Mi papá todo el tiempo me dijo ‘nunca se olvide de donde vino y quien le estiró los brazos’ ” Estados Unidos me estiró los brazos, yo siento gran respeto por este país, pero nosotros somos méxico-americanos, somos ciudadanos americanos pero la sangre mía es mexicana. Yo protejo mucho a los mexicanos, mi padre era de México y tengo sangre de indio que nadie me la va a quitar”, concluye transpirando orgullo mexicano.
Frank Garcia ha recibido numerosos reconocimientos, entre ellos, el premio Points of Light (Puntos de Luz), de la Casa Blanca; Community Hero (Héroe Comunitario), de Tim Ryan de Anaheim Ducks; Honored Student of Life (Estudiante Honorario de la Escuela de la Vida), Cypress College y muchos, muchos más.
La Casa Blanca reconoce cada año a voluntarios sobresalientes de todo el país, otorgando el distinguido premio, Points of Light, y selecciona entre 3.000 voluntarios nominados. En abril de1996, la Casa Blanca distinguió a Frank Garcia con ese prestigioso reconocimiento, por su total entrega y trabajo voluntario en California. Ese año sólo 14 voluntarios recibieron el premio. Frank dio un discurso estremecedor. El Presidente Clinton estaba ausente por asuntos de gobierno así que Hillary Clinton fue quien entregó los premios y felicitó a Frank por su discurso.
Su mamá estaba en un hogar de ancianos en Kingsville, cuando fue a llevarle el premio. “Ojalá que tu padre viviera para que viera que una persona de un pueblo tan chiquito haya llegado a la Casa Blanca de EU”, dijo emocionada. Y cuando supo que Hillary Clinton fue quien se lo dio dijo, “m’hijo, ella es la cabeza del presidente, un día de estos va a ser la presidenta de los EU”, concluyó. “Ella murió en septiembre y cuando la señora Clinton se lanzó a la candidatura recordé lo que me había dicho y pensé lo visionaria que era mi mamá”, dice orgulloso.
En 2001 fundó Women of Vision (Mujeres con Visión), para honrar la memoria de su madre. Su madre fue una de las fundadoras de LULAC en Bishop, Texas; del G.I. Forum en Bishop, creado principalmente para exigir el entierro de un soldado méxico-americano que había recibido la medalla de honor pero no se le permitía su entierro en Three Rivers, su pueblo, por ser mexicano. Ella y la comunidad repudiaron esta acción y lograron enterrarlo en su pueblo. Uno de sus hijos luchó en Corea y recibió el corazón púrpura, otro en la marina y otro en la armada.
A la fecha, han recibido más de 50 mujeres del Condado de Orange y de California este reconocimiento. “Yo veo reflejado el espíritu de mi madre en cada una de ellas y necesitamos celebrar las mujeres fuertes y hermosas de nuestra vida y nuestras comunidades. Yo doy gracias por todas las mujeres de mi vida”, dice Frank
Frank posee una sonrisa franca y amigable, es genuinamente generoso, humanitario y compasivo con los menos afortunados, tiene una esposa incondicional y cinco hijos que adora, y 10 nietos que son la luz de su vida. Por más de 30 años, Frank ha cumplido sus sueños de proveer a su familia con todo lo que necesita y el don de brindar a su comunidad del Condado de Orange, comida mexicana deliciosa, muy fresca y sana. “Por eso y todas las historias de gratitud, yo doy gracias”, concluye Frank Garcia.
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