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Matrimonios y algo más…

El hecho de que uno de cada dos matrimonios se divorcien es suficiente para plantear la validez del matrimonio. Para muchos, la exigencia de la fidelidad es una utopía, argumentando que la monogamia no es propia del ser humano. Sin embargo, la gente se sigue casando buscando esa relación íntima, la compañía, y el compromiso de fidelidad.

Las opiniones cunden tratando de demostrar si el matrimonio está en decadencia y realmente, para qué sirve.

Nuevas estadísticas muestran que el índice de divorcio está decayendo en los últimos años, pero no necesariamente esto es reflejo del éxito del matrimonio como institución. Sabemos perfectamente que hay muchísimas parejas viviendo juntas o ya separadas, que no han tomado el camino del divorcio por lo costoso en momentos de crisis financiera. Es posible que seamos testigos de un aumento de divorcios cuando la economía mejore. Pero además es necesario examinar estas estadísticas más de cerca, y analizar el cambio de las exigencias de esta sociedad.

La institución matrimonial se originó por individuos para la protección finan ciera dentro de comunidades, y no necesariamente por ninguna iglesia, religión, poder divino o espiritual. La Iglesia Católica oficialmente considera al matrimonio en el año 1215 DC… mientras que para el Judaísmo, el matrimonio fue siempre considerado una unión noble pero no sagrada ya que el divorcio fue siempre una opción.

Pero nuestros pa dres o abuelitos tenían expectativas distintas.

Ellos aspiraban a que la hija encontrara un buen hombre, serio y responsable, quien pudie ra cuidar de su hija y de la familia que juntos construye-ran. Por otro lado, la novia para su hijo sería aquella muchacha cariñosa, buena ama de casa, atenta, comprensiva, tranquila en su forma de ser, quien pudiera ver por el bienestar de su hijo y fuera buena mamá con su ejemplo digno.

Nadie puede dudar que todo eso sigue siendo prerrogativa, pero hoy en día le agregamos mucho más, sin quitarle casi nada al pasado.

Hoy las parejas quieren encontrar el o la mejor amigo/a, el alma gemela, alguien que acompañe, estimule y apoye los logros personales, y además de todo eso, que haya “química” refiriéndose al complemento

sexual de ambos (no sólo del hombre). Y, todo esto que pueda mantenerse vivo por el resto de la vida, que fue extendida en 30 o 40 años desde que se instituyó el matrimonio.

Pongamos esta ecuación en una sociedad donde se valora la individualidad más que la vida comunitaria, y entonces la crisis es evidente.

¿Quién gana con el matrimonio?

Estudios realizados en los años 70, muestran que los hombres casados eran más felices, vivían más años y ganaban más dinero que los hombres solteros. Por otro lado, las mujeres casadas ganaban menos dinero, sufrían más depresión, vivían menos y eran más vulnerables a ser víctimas de agresión. Este era el resultado de mujeres obligadas a mantener su rol de madres, un “trabajo” que no era recompensado financieramente, y debían mantener su dependencia del hombre facilitando el control y el abuso de algunos de ellos.

Las parejas han cambiado en los últimos cuarenta años. Hay más mujeres que hombres en las universidades, más mujeres ganan más dinero que hombres y compran más propiedades, más hombres cuidan de sus hijos a la par que las mujeres o a veces hasta dedican más tiempo que las mamás, y los vemos juntitos en los partidos de fútbol o en las competencias de baile de sus hijas.

Sin embargo, los hombres solteros tienen todavía el índice más alto de depresión y suicidio. Por otro lado, las mujeres que trabajaban y dejan sus trabajos para cumplir el rol de ama de casa tienden más a la depresión que aquellas que continúan con su trabajo.

Dentro de este cuadro, las variables indivi-duales son infinitas, pero podríamos concluir que fue buena idea la de aquellos que institucionalizaron el matrimonio, pero que dicha institución debería tener la flexibilidad adecuada para acomodarse a los cambios de una sociedad.


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